Los expertos opinan: Uso prudente de antibióticos: En avicultura, ¡podemos hacerlo!

Por Dr. Ricardo Cepero Briz (Facultad de Veterinaria de Zaragoza)

Fecha: 19-Apr-2017

Las resistencias bacterianas a los antibióticos están aumentando, tanto en humanos como en la ganadería; preservar su eficacia es fundamental para la protección de la salud de las personas y también de los animales. Se ha pronosticado que en un próximo futuro este fenómeno podría convertirse en el mayor problema sanitario a nivel mundial. Por ello la Organización Mundial de la Salud y otras entidades internacionales, la Unión Europea, y todos los gobiernos están instaurando programas de actuación, como el Plan Nacional de Antibióticos ya en marcha en España, así como normas legales dirigidas a controlar y restringir el uso de los antimicrobianos en el ámbito médico, agrícola y veterinario.

La investigación científica ha demostrado que en todos ellos existe relación entre el consumo de antibióticos y el desarrollo de estas resistencias, y, en ocasiones, entre su utilización en animales y la aparición de resistencias en humanos. Esto último supone hoy una de las principales preocupaciones de los consumidores europeos. Por tanto, es imprescindible promover el uso responsable de estos fármacos en la producción animal.


En la avicultura española ya se ha recorrido mucho terreno en este aspecto, y puede afirmarse con seguridad que se halla en mejor situación que el resto de los sectores ganaderos. Los datos oficiales de consumo de antibióticos aún no están diferenciados por sectores ganaderos; pero una lectura atenta de los informes elaborados por la Agencia Europea de Medicamentos y la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria revela que muchos de los antibióticos más consumidos por la ganadería, o más conflictivos por su interés en Medicina humana, no se usan en avicultura. Ya sea por su alto coste (como las cefalosporinas de 3ª y 4ª generación), por su administración vía parenteral (generalmente prohibitiva en avicultura), como muchas penicilinas, o simplemente por carecer de indicaciones terapéuticas en patología aviar. Los datos anuales del Plan de Vigilancia de Residuos demuestran que en la UE, y también en España, el número de muestras de huevos y carne de pollo que exceden los límites máximos de residuos es insignificante, y el uso de productos prohibidos, inexistente.

La siempre estrecha relación entre costes y precios, y la intensa mejora genética que ha resultado en aves altamente productivas, pero también más sensibles al estrés, son factores que por sí mismos han obligado a optimizar la nutrición, el manejo, y la calidad del ambiente; esto último mediante unas instalaciones de cría muy sofisticadas, y mejor gestionadas. Muchas patologías comunes hace décadas se han erradicado, o se han reducido a la mínima expresión, y las tasas de mortalidad esperables en la cría de gallinas, broilers o pavos han disminuido de forma continuada; las cifras actuales están entre un tercio y la mitad de las habituales hace 20 años. Los piensos medicados, sobre todo de carácter preventivo, tan habituales en otras especies ganaderas, son desde hace muchos años prácticamente inexistentes en la avicultura española (salvo la necesaria inclusión de coccidiostatos).

La implantación obligatoria de los planes de control de Salmonella, y la prohibición de los últimos antibióticos promotores de crecimiento que estaban autorizados en la UE, son otros motivos más concretos y recientes (desde mediados de la pasada década), por los que el empleo de antimicrobianos es muy limitado en la avicultura moderna.

En el primer caso, desde el principio se excluyó legalmente la posibilidad de recurrir a tratamientos antibióticos para controlar su prevalencia, con lo que su control, hoy casi total, se ha basado principalmente en la mejora de las condiciones higiénicas en todas las etapas de la cadena productiva, en imponer un alto nivel de bioseguridad en las instalaciones de cría, y en la profilaxis vacunal. En el segundo, las mismas medidas, junto a una mayor atención a la calidad y digestibilidad de los ingredientes, el perfeccionamiento de los procesos de fabricación del pienso, y el desarrollo de aditivos alternativos, protectores de la integridad intestinal (enzimas, ácidos orgánicos, pre y probióticos, extractos de plantas y aceites esenciales, y sus combinaciones), resultaron útiles para evitar las catástrofes sanitarias y la peor productividad que algunos temían. Se demostró así que el mayor valor de los APC consistía en acercar al potencial genético los resultados de las granjas con peores condiciones higiénicas, ambientales y de manejo; si estas mejoran, no se observan perjuicios importantes ni duraderos para las producciones o para la salud de las aves.

Otras características propias del sector que también hacen menos necesario, o poco rentable, el uso frecuente de antibióticos son: El sistema de producción en integración, que hace imposible que los criadores mediquen por su cuenta sin control veterinario; el manejo ‘todo dentro-todo fuera’, sin mezclar aves de distintas edades o procedencias; el cada vez más corto ciclo de engorde en broilers y pavos, que, dados los períodos de supresión legalmente establecidos, hace imposible el empleo de muchos fármacos a partir de cierta edad; y los relativamente pocos productos eficaces disponibles en avicultura de puesta, donde los plazos de espera y los estrictos límites máximos de residuos en huevo no permiten tratar a las aves en algunos procesos en los que quizá convendría hacerlo desde un punto de vista veterinario.

Por todo lo anterior, la medicación de ponedoras y reproductoras es muy poco frecuente hoy, y, según estimaciones de numerosos técnicos del sector del pollo, actualmente menos del 30% de las manadas reciben algún tratamiento terapéutico, lo que normalmente sucede una sola vez, y por breve tiempo (3 – 4 días), lo que se compara favorablemente con los datos conocidos de  países como Holanda o Alemania.

Sin embargo, esta ventajosa situación no debe conducirnos a una actitud complaciente. Queda espacio para mejorar, y hay que tener en cuenta que la presión social e institucional para reducir el uso de antibióticos en producción animal seguirá en aumento. La modalidad terapéutica normalmente aplicada en avicultura no es individual, como algunos exigen, sino metafiláctica (tratar a todo el colectivo aunque sólo una proporción de aves presente síntomas clínicos). Esta práctica es criticada a menudo por un supuesto aumento del riesgo de inducir resistencias; pero es la única posible en avicultura comercial, debido al elevado número de animales y a la rápida difusión de muchas enfermedades aviares, en especial las respiratorias.

Por otra parte, algunos de los principios activos más empleados en terapéutica aviar, como la enrofloxacina o la amoxicilina (y no digamos la colistina) también son importantes en humana, o bien están relacionados con otros antibióticos de uso médico, por lo que hay riesgo de resistencias cruzadas. No es esperable que aparezcan nuevos antibióticos para avicultura en el mercado, y también se observa una disminución de la sensibilidad de algunos patógenos aviares como E. coli, y, lo que es más preocupante, en bacterias zoonóticas relacionadas con la avicultura como Campylobacter y S. Enteritidis y Typhimurium. Todo ello implica que mantener la eficacia de los antibióticos es de gran interés para el propio sector; y quizá lo es aún más contrarrestar los infundios sobre su abuso en avicultura, tan frecuentes en la Red y en algunos medios de comunicación.

Por tanto, siguiendo las recomendaciones de las Asociaciones de Veterinarios de Europa y USA, hay que emplearlos tan poco como sea posible (cuando sea estrictamente preciso y tras un diagnóstico certero), y tanto como sea necesario (sin falsos ahorros en duración o dosis que pueden seleccionar a las bacterias más resistentes). El objetivo no debe ser de reducir por reducir el consumo de antibióticos (lo que podría ser contraproducente), sino optimizar su empleo como último recurso, limitado a aquellos casos donde sea realmente imprescindible.

Para ello se precisa seguir insistiendo en todas las medidas que ya se han expuesto en este artículo, asegurar el bienestar de las aves (‘el aire fresco es el mejor antibiótico’), no descuidar la bioseguridad, y continuar investigando nuevas mejoras en nutrición y el manejo, en biocidas y vacunas más eficaces, posibles alternativas terapéuticas como los bacteriófagos,… El sector ha sido capaz de hacerlo hasta ahora, y seguirá siendo capaz de ello. Las experiencias recientes de países como Holanda o Reino Unido muestran que con programas bien ideados y aplicados es posible lograr significativas reducciones de la necesidad de antibióticos, y en poco tiempo.

Pero ante todo se precisa un alto nivel de compromiso con el uso responsable de los antimicrobianos, desde el gerente o dueño de la empresa hasta el último criador. Y en particular de los veterinarios, directos responsables de la prevención de las enfermedades aviares y, en su caso, de su diagnóstico y tratamiento. Las estrategias básicas para ello son:

  • Asegurar la capacidad técnica (medios diagnósticos, profundos conocimientos farmacológicos y fármaco-dinámicos, cálculo preciso de dosis y tiempos, interacciones con el agua de bebida o el pienso, sinergias e incompatibilidades,…); y adoptar una adecuada actitud hacia este tema.
  • Evaluación interna: Recoger y valorar la información de dónde y por qué motivos se ha necesitado un tratamiento; cómo se ha efectuado, y con qué consecuencias. Tras lo que habrá que tomar las decisiones oportunas para intentar que no se repita.
  • Establecer guías y códigos de buenas prácticas preventivas y terapéuticas. Ya están muy avanzadas tanto en el sector del huevo como en el de carne de ave. Deben difundirse ampliamente, y ponerlas en práctica. Prevenir es siempre más eficaz y más barato que curar; pero si hay que curar, hay que hacerlo bien.
  • Cooperación y comunicación de todas las partes implicadas. A nivel externo (con la administración, organizaciones de consumidores… y de la propia empresa, incluyendo a los mataderos.
  • En particular, se precisa un diálogo permanente entre veterinarios y granjeros, no solo cuando haya problemas. La aplicación práctica de los tratamientos queda finalmente en manos de los avicultores; por tanto han de recibir instrucciones claras, para que los realicen correctamente, y las explicaciones oportunas para que sean conscientes de las implicaciones de su trabajo.


La avicultura española ha demostrado en los últimos años que realmente es posible un uso prudente de los antibióticos. ¡Y aún podemos hacerlo mejor!