Innovación para un futuro mejor / César Ullastres

oye-closed - 18 Mar, 2019

César Ullastres
cullas@telefonica.net

El informe Regional Innovation Scoreboard 2017 de la UE sobre la evolución de la innovación en España entre 2010 y 2016 se observa que las publicaciones han aumentado en esos seis años el 90%, que la financiación a la I+D ha bajado el 34% y, lo más grave, hay un 38% menos de PYME´s innovadoras. España sigue descendiendo año tras año en todos los indicadores de innovación, en el Ranking Bloomberg 2019 estamos en la posición 30, tras Rumanía, la República Checa, o Polonia, muy por detrás de China. Algo está fallando.

Nuestro Sistema Nacional de Innovación (SIN) está pensado por académicos y para académicos. Es, realmente, un sistema científico no propiamente de "innovación", pues se centra en la generación de conocimiento, no en la explotación con éxito del mismo que es lo que la caracteriza. La fórmula I+D+i es un invento de despacho que fue adoptado en nuestro país como un axioma. Lo que ahora pomposamente se llama modelo lineal, no ha dado resultados.

La convergencia de las tecnologías digitales hacen que el mundo al que nos enfrentamos sea todavía más complejo y la ciencia tiene que abordarlo desde esa complejidad. Los problemas que tiene que resolver no son sistemas cerrados, engloban sus repercusiones en la sociedad. Para conocerlo ya no vale hacer lo que se hace con lo complicado: trocearlo, analizar sus piezas, ver cómo se relacionan para luego volverlo a montar. La complejidad no se puede desmontar, es un límite, no es una magnitud por lo que no se puede cerrar, no se puede abarcar. La complejidad es un territorio que hay que recorrer y para hacerlo se puede y se debe partir de orígenes distintos y visiones diferentes. De ahí que muchas veces, cada vez más, la ciencia y la empresa tienen que encontrarse y recorrerlo juntos.

En España que un investigador monte una empresa en una heroicidad. En general, se sigue sin entender que las empresas son solo un instrumento económico que sirve para demostrar si las ideas funcionan o no. La empresa es el medio más eficaz y, posiblemente, el más económico de demostrar si las ideas tienen verdaderamente valor, en tanto que son de utilidad para el mercado.

La innovación es teoría en acción. En empresas e instituciones, hay que poner los cerebros de toda la organización a descubrir nuevas formas de hacer las cosas. Y aunque siempre hay algo de magia cuando surge la idea que concita el compromiso de todos en la organización para perseguirla y llevarla adelante, no hay conejos en la chistera. En Innovación hay trabajo, método, fracaso, aprendizaje... Volver a intentar, volver a hacer y seguir haciendo hasta alcanzar el éxito.
La Innovación tiene un lado oscuro del que nadie habla. Innovar es un trabajo interminable: no sirve hacerlo solo una vez, sino constantemente. La agroalimentación es un gran sector. Su cadena de valor: producir, manipular, comercializar y distribuir permite pensar en valor agregado, más allá que competir por precio.
“Innovación” es uno de esos términos que nos bombardean y nos traspasan una, y otra vez. Acompaña a cualquier discurso, pero no deja huella. Para que tenga masa suficiente hay que hacer que pase de ser un término comodín a ser significante. La conceptualización es la que proporciona masa, sustancia, a una palabra que por repetida no por eso consigue gravidez. Y no hay conceptos sin trabajo teórico riguroso que es lo contrario a las recetas y a las etiquetas.

Los trabajadores de la ciencia tienen el bien más preciado, el conocimiento y además son los guardianes de las instrucciones de cómo crearlo: el método científico. Sus activos son públicos ya que el conocimiento no existe si no se comparte. Su trabajo se basa en el escepticismo organizado con el que pueden cuestionarlo todo sin que nadie tenga que sentirse ofendido y tienen que compartir sus acciones con el resto de la sociedad porque la ciencia es un bien público, tal y como lo indica nuestra Constitución y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Hoy la ciencia y la tecnología están rodeadas de una complejidad siempre creciente, tanto en su esencia, como en su aplicación y consecuencias. La complejidad es una dimensión abstracta, pero insoslayable y es una fuente de riqueza para la ciencia y la tecnología. Para abarcarla es necesario recorrerla y se puede hacer desde diferentes visones, conocimientos y experiencias. Esa visión nómada de un territorio de conocimiento es la transdisciplinariedad y que para promover la innovación resulta imprescindible:

  • Promover estructuras de colaboración entre universidades, centros públicos de investigación y empresas, permitiendo la cooperación, cocreación, codesarrollo o la integración de conocimientos desarrollados de manera conjunta.
  • Evolucionar desde la ocurrencia que aquí hemos convertido en fórmula, la I+D+i, hacia modelos no lineales de transferencia que contemplen la totalidad del proceso de transferencia de conocimiento y den cabida a todos los actores.
  • Fomentar la incorporación de investigadores con experiencia en empresas, con medidas como la de los doctorados industriales y de investigadores de empresas en la Academia.
  • Entender que las empresas que surgen de la Universidades y los Centros Públicos de Investigación son un vehículo de transferencia de conocimiento, probablemente el más económico, que habría que promover decididamente apostando por las que sean viables.
  • Estimular movimientos asociativos en la sociedad civil que promuevan el conocimiento y cómo se llega a él en la sociedad.
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