El consumidor, la clave de la planificación estratégica en la cadena alimentaria / Felix Longás

Fecha: 13-Mar-2020

Felix Longás
 Asociación de Industrias de Alimentación de Aragón
flongas@felixlongas.com

En estas últimas semanas estamos viendo como los agricultores exteriorizan sus preocupaciones y reivindicaciones trasmitiéndolas a las administraciones y a la sociedad en general.

Estas razonables reivindicaciones no son nuevas, el problema es que están enquistadas, los años van pasando, los precios no suben y por lo tanto los márgenes con los que trabajan difícilmente les permite la subsistencia de las explotaciones.

Ante las reiteradas peticiones, el actual Gobierno Central pretende por decreto, garantizar unos precios mínimos de cesión de productos que estén por encima de su costo de producción, loable intención pero difícil de sostener en el tiempo.

Recuerdo los años de inflación galopante en los que el precio del pollo tenía las culpas de las subidas o también el fenómeno, ya habitual, de las importaciones de maíz francés o de trigo ucraniano a precios sensiblemente inferiores a los aquí cotizados, son dos caras de un problema del que cabrían muchos ejemplos.

Es por ello que las medidas que se están tomando de garantizar precios, me parecen una forma de intentar calmar los ánimos, que lo entiendo, pero pienso que son medidas cortoplacistas que no se sostendrán en el tiempo por los motivos que voy a exponer.

Nos dirigimos, mejor estamos ya, a un mercado globalizado, donde los márgenes son cada vez más ajustados para todos los intervinientes en la cadena alimentaria. Los que parecen los malos de esta cadena, los grandes grupos de distribución, trabajan con unos márgenes porcentuales que nos hundirían por ejemplo a los transformadores. Estos grupos se basan en grandes volúmenes y altas rotaciones, sus decisiones de compra son a nivel internacional, allá donde tienen la posibilidad de mejorar sus exiguos ratios y créanme que no los defiendo porque las negociaciones que siempre he tenido con ellos han sido muy duras.

Los transformadores salimos tocados de la crisis, los consumidores acuciados por el momento y con miedo al futuro, aprendieron a comprar más barato y esta conducta no es pasajera porque han visto que es posible comprar bien y barato. El dar respuesta a su demanda es nuestra razón de existir y el cubrirla con éxito la garantía de futuro. La respuesta necesaria pasa para los transformadores por ajustarnos el cinturón, ya lo hemos hecho. En los últimos años algunos hemos subido nuestra cifra de facturación, pero les aseguro que el mantener nuestra cifra margen absoluto ya es un éxito y en la mayoría de los casos estos márgenes en porcentajes han sufrido un importante retroceso.

Luego la raíz del problema y de la solución, pasa por incluir en nuestras decisiones el comportamiento de los consumidores, el de hoy y el de mañana. Ante el primero es urgente adaptarnos y ante el segundo, anticiparse es la clave de la subsistencia futura de todos los intervinientes en la cadena.

La solución, que se dice fácil, pero que es muy difícil de implementarse, pasa por añadir más valor a nuestros productos, económico y conceptual (marca), de manera que haya así más pastel a repartir y que nos quede más a todos. Si hay poco margen todos seremos más pobres. Es más difícil de obtener beneficios elevados con productos baratos, que con los de mayor valor. Por ejemplo, en el primer caso el mayor costo en los productos con peso elevado, puede ser el de transporte a destino, que si son dos destinos, el del distribuidor y el retail final, todavía peor. La economía circular puede ayudar, es un contrapeso a la globalización, hacia que el modus vivendi que nos lleva a ser cada día más urbanitas.

Para mí la principal herramienta es la regulación estratégica de la producción, hecha esta partiendo del final de la cadena, del usuario de los alimentos y tirando hacia atrás hasta llegar a los campos y las granjas.

Con ella se podría evitar la superproducción de unas materias primas y el déficit de otras, sin que esto suponga restricciones a la libre competencia. Se trata de redirigir todas las estrategias de impulso y ayuda hacia las producciones de mayor demanda y por lo tanto de mayor futuro por su encaje con las necesidades de los consumidores y también con las mejores posibilidades de cada territorio y la mayor empleabilidad para sus habitantes.

Esta regulación estratégica, que he escrito, se dice fácil y se hace difícil, corresponde a los gobiernos el diseñarla e implantarla. Nunca debe de ser cortoplacista, lo que es un problema para muchos decisores políticos, sino diseñando modelos a largo plazo. El añadir a una mentalidad productiva, los componentes comercial y de marketing (como piensan los consumidores), no es tarea de un año, sino de muchos, tanto para los eslabones de la cadena, como para el pensamiento de los políticos.

Todos los intervinientes de la cadena sabemos mucho de una parte de ella y a esta nos solemos agarrar reclamando derechos históricos, pero las conductas de los consumidores no son suficientemente tenidas en cuenta y pasa nuestro futuro por adaptarnos a ellas. Tenemos necesariamente que cambiar de modelo de pensar.

La obligación de las administraciones públicas no es hacer el cambio que nos corresponde a cada eslabón, sino el establecer y desarrollar estrategias en las que podamos encontrar, todos, mayores posibilidades de hacer crecer nuestras actividades haciendo más atractivas y seguras cada una de ellas.

No es fácil, requiere mirar lejos y pensar en grande más allá de cuatro años. Pero el sector, básico para los ciudadanos lo requiere y pienso que la totalidad de los intervinientes en la cadena queremos nuestras explotaciones como medio de vida y como expresión de dedicación a cada una de nuestras vocaciones.